Sala de espera

El tic tac del reloj retumba en mi cabeza como si fueran cañones de guerra, sacuden mis pensamientos y los desencajan cuando logro ordenarlos.

Todo parece tan estático y detenido en el tiempo entre escalas de blanco y gris. Repaso por tercera vez las revistas viejas y desgastadas que están encima de la mesa del centro y por un momento envidio a las personas casi perfectas que se encuentran del otro lado del papel, tan sonrientes y esplendidas libres del tic tac de este reloj.

Después de tres cafés amargos,  e incontables vueltas del minutero la sala comienza a tornarse oscura y la vida tan amarga como el café. La gente a mi alrededor es la misma de siempre sin serlo. Todos lo que entran es un poco como los que salen. Taciturnos y absortos en sus propias desgracias y aferrados a una insípida porción de fe. Aquí todos esperan sin saber a ciencia exacta que, detenidos en el tiempo por el vaivén de una puerta.

Veo a lo lejos las luces de la ciudad encenderse y pienso en ella, su sonrisa, su cabello negro, su mirada, sus labios, su tez, ella en su totalidad. Me abrazo a la manera en que sostiene mi mundo con determinación y ternura y pienso en cada minuto en su compañía que pospuse por otros asuntos y que hoy me parecen toda una vida. Sigo sin saber que espero pero me aferro a ella, al palpitar de su frágil corazón que retumba al otro lado de la puerta giratoria a los compas del incesante tic tac del reloj. Abro los ojos después de lo que me pareció una milésima de segundo y veo la ciudad a través de la ventana resurgir con el sol, me estiro y observo aquella sala detenida en el tiempo, tan gris, tan pálida.

Soñé con ella, de nuevo. La vi acercarse mientras sin quererlo me alejaba: me sonreía y percibía en su mirada la luz del universo,  en ese lugar no esperaba nada porque ya la tenía a ella y ella me tenía a mí; entre más se acercaba más me sentía arrastrado por la fuerza de lo real. Luche por esperarla por clavarme en aquel sitio hasta que su mano tocará la mía, podía casi que respirar la felicidad, me sentí a unos metros del cielo; pero el tic tac del reloj me arrastro de nuevo a aquella silla tiesa e incómoda perdida en medio de esta sala. La gente que hay en ella no es la misma de ayer y yo tampoco lo soy, hoy sigo sin saber que espero pero sé que la quiero a ella y con eso me basta para esperar un poco más.

Se oyen pasos detrás de la puerta, suficientes para despertar al mundo inmóvil que habita esta sala, se acerca un sujeto cuya expresión muerta no deja entrever nada y cuyo traje azul combinan con sus ojos inexpresivos y duros. Empuja la puerta y con un desaliento disfrazado de carácter dice mi nombre, siento que todos me observan, que la ciudad entera se detiene conmigo, pienso en ella y siento como el tic tac del reloj se acompasa con los latidos furiosos de mi corazón y antes de que pueda decirme algo mas, se detienen… “Lo lamento (…)”-  quiero se calle y se haga polvo, quiero despertar antes de que continúe pero no lo consigo – “Hice lo que estuvo en mis manos”. Ya es demasiado tarde, mi corazón no responde, ya no tengo nada que esperar.

… el tic tac del reloj retoma su rutina.

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Aurora

Un amor intermedio, que no es oscuridad, tampoco luz. Un amor perpetuado en un instante que se esfumó al salir el sol. Eso eres y serás siempre…

No habrá cafés en las mañanas, ni largas platicas sobre la vida y el amor o sobre lo absurdo y lo vano; no veré el color de tus ojos a la luz del sol, ni sabrás mis manías a la hora del almuerzo; no habrá lugar para soñar juntos, ni espacio para el futuro. Somos el aquí y el ahora, sólo caricias y besos vacíos, gemidos y una dosis de éxtasis, dos cuerpos extraños que en la aurora se funden y se hacen uno, para luego desconocerse de nuevo y no dejar rastro alguno.

La mañana entra impetuosa por mi ventana, ya no hay ropa en el piso y mi sostén reposa en mi pecho, como si todo hubiera sido un sueño confuso del que solo recuerdo instantes. porque sólo eso eres, un instante entre la noche y el día, entre el amor y la indiferencia, entre la muerte y la vida.

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